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Un recorrido por la flora en los parques de Sevilla

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Sevilla en primavera es una experiencia mágica. Conforme se va acercando marzo, la ciudad adquiere unas tonalidades y aromas inconfundibles, de esos que resulta difícil olvidar. Y esto se hace aún más palpable al pasear por sus cientos de parques y jardines.

Se suele decir que Sevilla en primavera huele a azahar, que aunque es cierto porque hay más de 40.000 naranjos en la capital, no sólo tenemos esta aromática flor. Hasta 750 especies y variedades vegetales provenientes de varias partes del mundo están integradas en la ciudad. ¿Te animas a hacer un recorrido por las más singulares con nosotras?

Comenzamos nuestro recorrido por el parque más destacado de nuestra ciudad, el Parque de María Luisa. Es una experiencia para los sentidos si decides visitarlo en primavera. Aunque cada época del año tiene sus particularidades.

El parque comenzó siendo los jardines reales del duque de Montpensier y la infanta María Luisa Fernanda de Borbón. Al quedar esta viuda, los cedió a la ciudad. Para la exposición iberoamericana que se celebró en 1929 se planteó convertir el parque en el recinto de la misma. El resultado, prácticamente tal y como lo conocemos ahora, se debe al paisajista francés Forestier que transformó unos jardines palaciegos en un renovado parque público apto para el esparcimiento.

Solo en él, encontramos más de 140 especies vegetales de los cinco continentes, lo que le otorga un gran valor botánico. La belleza de las jacarandas que se tiñen de lila, las coloridas flores rosas de los árboles de Júpiter, los árboles del amor y los cerezos japoneses repletos de flores, entre otros, convierten el lugar en algo único.

Uno de los árboles que más llama la atención dentro del parque es el taxodio o ciprés de los pantanos. Es un ejemplar que crece naturalmente en las riberas de los grandes ríos, especialmente en Misisipi. Tiene un porte majestuoso y elegante que le permite llevarse todas las miradas. Sus ramas le dan un aire romántico, y no es por casualidad, ya que, aunque hay varios en el parque, el más conocido se encuentra en la Glorieta de Bécquer.

Las acacias también son distintivas del parque. Hay tres tipos: acacia negra, acacia blanca y acacia de Japón. Estas últimas son catalogadas como “falsas acacias” porque no pertenecen estrictamente a la especie. Aunque no son de gran belleza, son florales, aromáticas y sombreadoras. Las higueras australianas también llaman la atención del visitante por sus exuberantes rasgos tropicales. De su grueso tronco emergen unas vistosas y sobrecogedoras raíces que transmiten una gran sensación de poder.

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Si el Parque de María Luisa tenía más de 140 especies, en el Parque José Celestino Mutis existen 143 árboles y arbustos de diferentes géneros y siete tipos distintos de palmeras. Por ello, a esta zona verde del distrito Sur se la considera uno de los conjuntos botánicos más importantes de la ciudad. Por otro lado, la antigua rosaleda del Parque de los Príncipes es única en la ciudad, al igual que su conjunto de cítricos.

La ciudad también cuenta con otros jardines históricos como los Jardines de los Reales Alcázares, el Parque de las Delicias o el Jardín Americano. En ellos podemos encontrar eucaliptos, árboles del caucho, magnolias, plátanos, acacias blancas y jacarandas, entre otros.

El último de ellos se encuentra en la zona más septentrional de Sevilla, en plena Isla de la Cartuja. ¿Sabías de su existencia? Es probable que no por el deterioro que ha sufrido en los últimos años. Se construyó para la Exposición Internacional de 1992, pero quedó abandonado durante 17 años y volvió a ser reabierto en 2010. Lo más destacado de este parque, y que lo hace único en la zona, son las más de 400 plantas de origen americano que se encuentran en él. Paseando por allí te sentirás como si estuvieras en mitad de un bosque tropical.

Cerca de este último encontramos el parque del Alamillo. ¡Solo este parque cuenta con 48 hectáreas en la Isla de la Cartuja! Podemos encontrar una treintena de especies de árboles, en su mayoría autóctonas de la zona como olivos, alcornoques, encinas, algarrobos, quejigos, pinos piñoneros y fresnos. Aunque quizá no destaque por su gran belleza, es un paseo agradable para refugiarse del calor sevillano que comienza con la primavera.

En los Jardines del Alcázar también hay un árbol que, aunque pasa desapercibido, tiene una gran historia. Se trata del ginkgo biloba, probablemente el árbol más antiguo del planeta tierra ya que se estima que ya se extendía en grandes bosques hace más de doscientos mil millones de años. Aunque se dice que les cuesta adaptarse al calor estival de la ciudad, en el Alcázar se alzan varios especímenes centenarios.

Además, ¿sabías que la Alameda de Hércules se remonta a 1574, siendo el primer jardín público de Europa? ¿Y que el Parque Amate se descubrió que un tipo de acacia hasta entonces desconocida en España? ¿Y que en los jardines del Monasterio de la Cartuja conservan un ombú que fue plantado por el hijo de Cristóbal Colón?

Si te han entrado ganas de descubrir, o redescubrir más curiosidades sobre los parques de Sevilla prestando mayor atención a su riqueza floral estás en el momento indicado, ¡no te arrepentirás! Además si quieres conocer estos parques y Sevilla en primavera de nuestra mano, no dudes en escribirnos a info@sevilla4real y te informaremos de todas las posibilidades.

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Un recorrido por la flora en los parques de Sevilla

Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.

Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.