XXXV Exhibición de dulces de convento de Clausura
El pasado puente de diciembre (6, 7, 8 y 9) se celebró la XXXV Exposición de Dulces de Conventos de Clausura en el Alcázar de Sevilla al que tuvimos la suerte de acudir el día antes de su finalización para comprar algunos dulces. Así que vamos a contaros un poco sobre los dulces que vimos, de los que podréis disfrutar durante todo el año en sus tornos y una vez al año en esta exposición.
En esta edición han participado 19 conventos de clausura, siete de Sevilla capital (San Leandro, Santa Paula, Santa Inés, San Clemente, Madre de Dios, Santa Ana y Santa María de Jesús) y doce de la provincia. En total fueron unas 290 variedades, es decir, unos 6.000 kilos de dulces… ¿A quién no se le ha hecho la boca agua alguna vez pasando delante de los tornos? Pues imaginaos en esa sala con tantos kilos, se nos hizo muy difícil elegir una variedad.
Dimos un par de vueltas por el salón de las Bóvedas en el palacio Gótico del Alcázar preguntando por todo aquello que aún no conocíamos, y finalmente nos decidimos, aunque no fue fácil, todas las voluntarias nos hablaban con entusiasmo de los dulces e incluso pudimos probar alguno. Compramos una caja de degustación de pastas variadas de las hermanas Mercedarias del Convento de la Encarnación en Osuna, y las voluntarias del Convento de la Purísima Concepción también de Osuna nos aseguraron que su especialidad eran los Bizcochos Marroquíes, así que también nos hicimos con una caja, y no nos arrepentimos.
Los bizcochos Marroquíes son unos triángulos de un bizcocho muy tierno que llevan por encima una capa de yema de huevo y azúcar, tienen una textura muy agradable al paladar y es por eso que nos hemos hecho fan de estos en casa. Los ingredientes que lleva la receta original son sólo tres: almidón de trigo, huevo y azúcar. Y para el glaseado: agua, azúcar y cacao.
Las pastas que compramos eran más sencillas: de coco, roscos de vino, de limón, de almendra, de miel, y un par de mantecados. Entre las más de doscientas variedades que había, las que más nos llamaron la atención por su presentación y por su nombre tan sonado en Sevilla, fueron las famosas Yemas de San Leandro, del Convento cuyo nombre indica el poste. Sus ingredientes son nada más que azúcar y huevos de calidad, y el punto en el almíbar que solo controlan algunas hermanas. Sin duda muy, muy especiales.
Por supuesto había muchísimos mantecados de todo tipo, dátiles rellenos de mazapán, empanadillas al horno rellenas de Boniato o Cidra, perrunillas, roscos de anís, de vainilla, de vino y fritos, bocaditos de almendra, alfajores y como no, cortadillos, de todos los conventos. También pudimos ver otros productos elaborados por las hermanas del Convento de San Clemente como mermeladas biológicas y miel de Sierra. Del Convento de Santa Paula de Sevilla había Jalea, auténtico dulce de membrillo y pimientos dulces. Como veis, ¡lo realmente difícil es irse de allí con las manos vacías!
Si os ha gustado la pinta de estos exquisitos bocados, visitad sus tornos, es una experiencia realmente única en Sevilla.
XXXV Exhibición de dulces de convento de Clausura
Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.
Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.