Matrimonios reales en la edad media: ¿Qué escondían?
Hoy os traemos al blog una entrada un tanto controvertida. Queremos hablar de los matrimonios reales de la Edad Media, pero no solo desde un punto de vista histórico. Vamos a analizar los pormenores y secretos de todos estos matrimonios. ¿Será todo tan formal como parece?
La verdad es que entre la nobleza y la realeza se guardaban muchos secretos de alcoba que si salieran todos a la luz no dejarían en muy buen lugar a algunos reyes. De por sí, los matrimonios tenían que ser concertados para conseguir un beneficio político que les facilitara el acceso al trono (otro tema también bastante peliagudo y complejo). Por lo tanto, la mayoría de los matrimonios acababan teniendo lugar entre primos o parientes tanto cercanos como lejanos.
Aparte de todos los problemas de consanguinidad que esto conllevaba, se le añadía la necesidad de solicitar una dispensa o bula matrimonial al Papa para pedir la validez del matrimonio. Además el Papa no era siempre tan permisivo y le gustaba complicar la herencia del trono anulando matrimonios ya aceptados, y con descendencia. Este es el caso de los padres de Fernando III, que tras seis años y medio de matrimonio y 5 hijos tuvieron que romper su convivencia porque carecían de una dispensa papal.
Como si no fuera poco, existía otro trámite esencial: el ritual del encamamiento. Era una práctica común en la Edad Media, sobre todo entre la realeza, que consistía en acompañar a los recién casados hasta la alcoba para dar fe de que ese contrato se había rubricado mediante la consumación del matrimonio. A menudo, los hombres invitados a la boda eran quienes llevaban a la novia a la cama mientras la desvestían. Una vez en el lecho, el obispo bendecía a la pareja.
Imaginad a los novios, dos personas que apenas se conocen, en la mayoría de los casos obligados por contrato a realizar ese matrimonio, a menudo adolescentes o niños, sobre todo ellas, y que se ven obligados a realizar el acto sexual siendo a menudo escuchados por clérigos, notarios y diversos personajes varios que permanecían detrás de la puerta. En ocasiones, incluso se quedaban en la habitación. ¡Casi nada de presión para la pareja!
Numerosos son los reyes que esconden en sus alcobas mucho más de lo que les gustaría. Si queréis descubrir más sobre los líos de faldas que se traían entre manos seguid leyendo.
En primer lugar, tenemos a Pedro I. Teniendo en cuenta los antecedentes del padre (Alfonso XI), que tuvo 10 hijos con su amante, no se podía esperar menos del hijo.
Durante todo su reinado estuvo en guerra con su hermanastro bastardo Enrique, fruto de la segunda relación de su padre, que le disputará el trono hasta arrebatárselo.
Se casa con Blanca de Borbón, proveniente de Francia, en busca de llenar las vacías arcas del reino con una dote importante, como se estableció en el contrato matrimonial. Sin embargo, Francia no cumple con su parte del contrato y Pedro la encierra. Esta pobre niña, tenía tan solo 13 años, pasa de ser reina de Castilla a estar el resto de su vida encerrada. Tras 10 años, Pedro la manda matar, sin haber consumado el matrimonio y sin descendientes pese a la insistencia de Francia y el clero.
Pero la cosa no queda ahí, agarraos que vienen curvas. En este tiempo, Pedro se había enamorado de María de Padilla, con quien vive en el Alcázar de Sevilla y hace el papel de reina. Perteneciente a una familia noble, se llega a casar con ella en secreto y tienen tres hijas y un hijo.
Para liar más el asunto, también se casa con Juana de Castro después de que se declarase la nulidad de su matrimonio con Blanca. Seguramente Pedro se lamentara en alguna ocasión de que la religión católica solo le permitiera tener una esposa y no varias como los reyes nazaríes.
Como a Pedro se ve que no le parecía suficiente y le costaba reprimir sus pasiones, va a acosar a María Coronel. No contento con haber matado a su padre y a su marido por traidores a la corona, intenta poseerla y violarla. La persigue con afán hasta que ella, desesperada, se echa aceite hirviendo en la cara hasta desfigurarla. Se ve que funcionó porque el rey la dejó en paz y le devolvió todos sus bienes, con los que funda el Convento de Santa Inés. También se aprovechó de la hermana de María, Aldonza Coronel.
Por si no fuera poco, se dice que tuvo hijos con al menos 4 mujeres más.
Otro rey destacado por su ligereza es Felipe IV. Con un reinado larguísimo de hasta 44 años, deja el gobierno en manos del Conde Duque de Olivares durante sus primeros años para dedicarse a los placeres. No hacía distinción respecto a la clase social de sus amantes, entre las que podemos encontrar casadas, viudas, solteras, monjas, actrices, doncellas o damas de la alta nobleza. Otra característica de Felipe IV era la poca duración de sus relaciones.
Se dice que era “un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno”. Se calcula que tuvo hasta 40 bastardos. El más conocido fue Juan José de Austria, hijo de la actriz María Calderón, que tenía más y mejores dotes que ninguno de los herederos.
También tenemos a Fernando VII, conocido por muchos como el Rey Felón. Se dice que sufría de macrosomía genital, en otras palabras, gozaba de un falo de tamaño descomunal. Esta anomalía genital le causó numerosos problemas para dejar descendencia. Tan difíciles eran las relaciones que tras cuatro esposas, solo fue capaz de procrear con una, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias.
Para ello, la reina pidió un artefacto que posibilitara la consumación. Se trataba de una almohadilla perforada con forma de donut para que hiciera de tope. Pese a sus matrimonios, Fernando VII llevaba una vida disoluta entre salidas nocturnas a burdeles y visitas de prostitutas a palacio, con la consiguiente humillación de sus esposas. Incluso parece que llega a alardear de las vírgenes que traía a palacio y de coleccionar trapos que atestiguaban su desfloramiento.
Por último tenemos a una reina, Isabel II. El ser mujer no la libraba de la lujuria. Es obligada a casarse con Francisco de Asís de Borbón, de quien dijo que llevaba más encajes que ella en la noche de bodas. Y es que parecía que le gustaban los hombres más que a la propia reina. Fruto de este matrimonio fracasado, la reina se lanza a la pasión.
Sus mayores detractores la retratan como una ninfómana desatada. Existen diversas ilustraciones sobre ella de carácter satírico pornográfico recogidas en un libro que se atribuye a los hermanos Bécquer. Incluso aparece retratada fornicando con un caballo.
Sin embargo, no todos los matrimonios reales fueron desastrosos. Un gran ejemplo son Carlos I e Isabel de Portugal. Dicen que experimentaron tal flechazo al verse que se casaron dos horas después de conocerse. Aunque quizás el hecho de que el rey Carlos iba a ser excomulgado al día siguiente y que su hermana había muerto el día de antes, dato ocultado para facilitar la boda, influyeron en cierto modo en el matrimonio.
Esa misma noche se consuma el matrimonio y el rey, hasta entonces mujeriego y madrugador, comienza a levantarse a las 11 del mediodía tras largas noches de amor con su esposa. Desde la boda, y durante toda su viudez, no se vuelve a conocer a ninguna amante del emperador.
Aunque es cierto que las historias propias de la prensa rosa atraen más la atención.
Sin embargo, no todos los matrimonios reales fueron desastrosos. Un gran ejemplo son Carlos I e Isabel de Portugal. Dicen que experimentaron tal flechazo al verse que se casaron dos horas después de conocerse. Aunque quizás el hecho de que el rey Carlos iba a ser excomulgado al día siguiente y que su hermana había muerto el día de antes, dato ocultado para facilitar la boda, influyeron en cierto modo en el matrimonio.
Esa misma noche se consuma el matrimonio y el rey, hasta entonces mujeriego y madrugador, comienza a levantarse a las 11 del mediodía tras largas noches de amor con su esposa. Desde la boda, y durante toda su viudez, no se vuelve a conocer a ninguna amante del emperador.
Aunque es cierto que las historias propias de la prensa rosa atraen más la atención.
Matrimonios reales en la edad media: ¿Qué escondían?
Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.
Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.