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El motín de la calle Feria en 1652

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Durante el reinado de Felipe IV el gobierno del país gozaba de grandes lujos, vivían con todos los caprichos que querían tener, disfrutando de la corrupción y subiendo por tanto los precios de los productos más básicos, como el trigo. La situación en la ciudad de Sevilla era insostenible porque además se le sumaba la epidemia de peste, que llevaba desde 1649 asolando la ciudad y además la gran necesidad que durante ella padeció el pueblo por falta de alimento y medicinas, creando una crisis comercial. Además los médicos se encarecieron bastante a causa de todas estas subidas. Por lo que la ciudad estaba sumida en la miseria, sobre todo para los grupos minoritarios de la ciudad. Así pues subieron aún más los impuestos sobre el trigo porque, por la mala gestión de las cosechas en Andalucía se vieron obligados a importar el trigo de las tierras que tenían fuera del territorio. La situación era desesperante para las familias más humildes.

El pueblo llano estaba harto de sufrir tanta miseria, aún más harto de ver como en esta calle de la que hablamos, la calle Feria, día tras día veían pasar montones de alimentos pasar por los caminos hacia los palacios que los nobles habitaban entre las tierras de los no tan privilegiados. Incluso se llegaron a sufrir devaluaciones y alteraciones en la moneda, cosa que finalmente terminó de enfurecer al pueblo, pensando que se les tomaba por tontos mientras que las familias más nobles sobrevivían sin tanta dificultad.

En el mismo año (1652) y días previos a la misma fecha en la que el motín de Sevilla estalló, en Córdoba surgió el Motín del Pan. Precedida por los mismos motivos que sufrían en Sevilla pero con más fuerza. Amenazaron de muerte al Corregidor de la ciudad en su misma casa, quien huyó despavorido escondiéndose en las casas de las familias vecinas que lo apoyaban. Sin la satisfacción de encontrarle tomaron al obispo de Córdoba como rehén y lo llevaron a las casas donde había trigo para requisarlo. Juntaron y repartieron este trigo entre los cabecillas del motín, y continuaron buscando a los poseedores del pan (caballeros, labradores y señores eclesiásticos) que no tenían suficiente para evitar el escándalo. Muchos de ellos se refugiaron en conventos y partes donde no podían ser atacados por tal oleada de enfado, abandonando las casas por amenazas de incendio.

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Este ejemplo hizo que algunos comerciantes forasteros de la ciudad de Sevilla animasen a los ciudadanos a imitar el movimiento. Así es como en algunos lugares del barrio empezaron a juntarse para hablar del asunto a tratar, comunicándolo a quienes podían aportar algo a este motín, sumándose cada vez más gente y de barrios cada vez más alejados entre ellos, aunque igual de empobrecidos. Al principio amenazaron con levantamientos al Consejo para que el Asistente sacase el trigo que tenían en las arcas. Pero visto que este se resistía a ceder, el día 22 de mayo de 1652, a las 8 de la mañana en la plaza de la Feria comienza el motín, la plebe asaltó la Armería de Alhóndiga y tomó lo que pudo para ser usado como arma: “bocas de fuego mohosas y oxidadas, sin cuerda ni pólvora, otros con espaldares puestos en los pechos, cantidad de jóvenes de 16 años con cascos y espadillas, muchos mulatos y negros con petos, espaldares, colas con picas, alabardas, lanzas y chuzos tal cual los hallaron”. En todas las casas que asaltaron para requisar el trigo se apoderaban de las armas, y lo mismo ocurrió en la calle “la Mar”, donde asaltaron todas las tiendas de armamento, tomando escopetas y bocas de fuego. Lo que más resalta de este acontecimiento es la falta de autoridad que hubo en todo momento, pues el Asistente de la ciudad, cuando supo que el pueblo sevillano se había congregado a las puertas del Alcázar sin intención pacífica alguna, escapó en caballo por la Puerta de la Carne hacia los pueblos vecinos. Lo más grave fue que los cabecillas se apoderaron de las armas que guardaba la ciudad en la Alhóndiga sin ningún control de las mismas. Todos los participantes de este motín se hicieron con armas ofensivas, por lo que la ciudad quedó un corto tiempo en poder de los líderes.

De estos días tan escasos de control por parte de los responsables del motín se registran muchos incidentes y excesos, algunos sangrientos, aunque el conjunto de daños no fue tan grave como se podía esperar. Muchas de las personas que se unieron al motín se apartaron de ella al ver el aspecto que tomaba, pues a pesar de todo el pueblo sentía honradez, religiosidad y respeto hacia los superiores, y se colocaron al lado de los nobles para organizar guardias y retener a los armados.

Después de haber requisado el grano de los particulares y obtenido la promesa de que se abolirían los tributos, sólo los más involucrados en el asunto permanecieron en su cuartel general de la calle Feria. Días después este cuartel fue asaltado por las milicias improvisadas y casi sin derramar una gota de sangre, fueron apresados los defensores del motín. El asistente de Sevilla había vuelto al oír que ya no se corría peligro, aunque sin resolver ni un problema respecto al pan, evidentemente, y organizó una represión bastante dura. Los alimentos seguían tan caros como antes y de este motín sólo quedó el recuerdo.

Aún así se hablan de las consecuencias que en varios aspectos dejó, de las cuales los historiadores no hablan:

  • La dimisión voluntaria del asistente, primera consecuencia por la presión del pueblo.
  • La negligencia del Cabildo por no impedir el asalto a la armería.
  • Para impedir que volviera a repetirse esta situación, se ordenó trasladar a la torre del oro la artillería que por entonces quedaba unida al Alcázar.
  • Cuando la tranquilidad volvió a la ciudad, Felipe IV concedió a los ciudadanos leales la exención de algunos impuestos que se tenían en aquella época.

Así que sin éxito pero sí con consecuencias, que quedan en la memoria de este barrio, sucedió este motín que acoge el nombre de la tan famosa Calle Feria de Sevilla.

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El motín de la calle Feria en 1652

Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.

Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.