Las cigarreras de Sevilla
¿Has oído hablar alguna vez de las cigarreras? Estas mujeres, que se dedicaban a la fabricación de cigarros y puros desde el siglo XIX, abrieron el camino al resto de mujeres españolas. Y es que debemos agradecerles su labor, ya que después de ellas, muchas mujeres pudieron luchar por trabajar y encontrar su sitio en un mercado laboral dominado por hombres.
Si conocéis Sevilla, sabréis que, en la calle San Fernando, nos encontramos con el edificio actual de la Facultad de Humanidades de la Universidad. Este edificio, en su origen, fue la primera fábrica de tabacos establecida en Europa, tratándose del edificio industrial más importante del continente en el silgo XVIII.
Hasta el siglo XIX, solo trabajaban en la fábrica hombres, una plantilla de unas 1 900 personas, aproximadamente. Pero ocurrieron varios factores que permitieron la entrada de mujeres a la fábrica. El primero es que la venta de los cigarros se disparó. Este producto, que había venido años antes desde las Américas, se hizo cada vez más popular. Tanto la fábrica de Sevilla como las otras que se fueron abriendo en España, necesitaban más mano de obra, que fuese productiva y cobrase poco.
A esto, debemos añadir que España se vio sumergida en una guerra: la guerra de la Independencia contra las tropas napoleónicas que querían invadir el país. Muchos hombres lucharon en este conflicto, por lo que surgió la necesidad de que las mujeres, que no iban a la guerra, se incorporasen al mercado laboral.
Por último, se comprobó que las mujeres eran más rápidas y productivas. Hasta ese momento, se calificaba de mala calidad al trabajo realizado por los hombres en la Fábrica de Sevilla. Por otro lado, los cigarros importados de Cuba o los realizados por mujeres en la Fábrica de Cádiz eran mucho mejores. Por lo general, era una ventaja para los empresarios y contratadores, que buscaban producir mucho y pagar poco. Muchas de esas mujeres ejercían este trabajo para complementar el salario que traían sus maridos y se les pagaba menos que a los hombres (esa brecha salarial que conocemos tan bien). Sin embargo, trabajar supuso una enorme ventaja para ellas. Por primera vez, empezaban a ganar dinero de manera autónoma, dándoles cierta independencia financiera de la figura masculina. Y es que ya no necesitaban casarse para poder mantenerse, sino que muchas podían decidir quedarse solteras.
Esta pequeña independencia económica fue también predecesora de una autonomía mucho mayor. Anteriormente, las mujeres no tenían demasiada libertad para salir y tener vida fuera de sus casas. También nos encontramos con que, poco a poco, empiezan a entrar en asuntos políticos. Se consideraba que las mujeres no debían opinar sobre temas importantes y tampoco tenían libertad de pensamiento. Al entrar en el mundo laboral, lucharon por hablar, sus derechos, realizaron huelgas y pidieron ser escuchadas.
Sin embargo, no fue un camino de rosas. Cuando en Madrid se planteó la idea de empezar a contratar a mujeres en la fábrica de Sevilla, muchos hombres se opusieron. Uno de ellos, el superintendente José Espinosa, contestó con la siguiente afirmación, reflejando magníficamente el pensamiento de su época:
«Es mayor el jornal del hombre que el de la mujer porque esta sólo tiene que atender ordinariamente a su propia manutención y aún muchas de ellas a sólo su vestido porque las mantienen sus padres, hermanos y parientes y los hombres tienen que mantenerse a sí mismos, a su mujer, a sus hijos y aun a sus madres, suegras o hermanas; […] también influye considerablemente en el interés del Estado que sean hombres y no mujeres las que las hagan, porque la población se aumenta con una familia en cada uno de estos jornaleros, al poco que se disminuye cuando son laborantas de cigarros las mujeres, las cuales saben que son despedidas cuando se casan y sólo aspiran a mantenerse solteras, tal vez con una vida inmoral y relajada.»
(Sevilla 10 de octubre de 1807, Correspondencia de J. Espinosa a M. Cayetano Soler)
Él también menciona en la misma carta lo siguiente:
“Tampoco se puede perder de vista que dejar en abandono cerca de 800 familias de otros tantos cigarreros que se emplean en estas fábricas sería una ruina a la ciudad, y que para hacer la labor que ellos ejecutan serían necesarias más de 1.200 mujeres.»
Posteriormente, las mujeres demostraron no solo su capacidad para proveer a sus familias, sino que eran mucho más productivas que los hombres. Por todos estos motivos, las mujeres entraron de manera masiva al mercado laboral del tabaco. Rápidamente, su trabajo se hizo muy apreciado y solicitado, consiguiendo que se contratasen a más mujeres. Había capatazas, maestras, pureras, cigarreras y aprendizas. En el año 1880, ya había unas 6 000 mujeres trabajando en la fábrica. ¡Qué cambio tan grande!
Las cigarreras inauguraron el movimiento obrero femenino. Eran temidas por su fuerte presencia en las huelgas que protagonizaban o que apoyaban. También se cuenta que no había mayor ejemplo de sororidad y lucha conjunta que el que estas mujeres se profesaban. A partir de 1828 comenzaron a organizarse para luchar por mejorar sus terribles condiciones laborales y aumentar sus irrisorios salarios, organizando legendarias revueltas y motines. Crearon las primeras Hermandades de Socorro Mutuo y consiguieron las primeras guarderías, escuelas y salas de lactancia dentro de sus fábricas.
Su papel ha pasado a la historia a través de numerosas obras. Y ya sabemos cuál es la primera que se te viene a la mente: la ópera “Carmen”. En esta obra, una cigarrera sevillana se enamora de don José. Este último personaje, nos relata en la ópera un poco sobre cómo era el trabajo en la fábrica:
«Sabrá, señor, que hay de cuatrocientas a quinientas mujeres empleadas en la fábrica. Son las que lían los cigarros en una gran sala, donde los hombres no entran sin un permiso del Veinticuatro, porque cuando hace calor, se aligeran de ropa, sobre todo las jóvenes. A la hora en que las obreras vuelven después de comer, muchos jóvenes van a verlas pasar y se las dicen de todos los colores.»
Este fragmento es muy representativo, y es que las cigarreras se hicieron mundialmente conocidas. Era sorprendente para muchos hombres que una fábrica contratase a tantas mujeres para hacer un trabajo como ese. Así, la fábrica comenzó a recibir muchas visitas de personas que, asombradas, querían observarlas con sus propios ojos. Era una escena tan exótica, que la Real Fábrica prácticamente se convirtió en un reclamo turístico. Es por ello por lo que la fábrica y las cigarreras aparecen en muchas otras obras literarias, como Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa de Richard Ford, La Spagna de Edmondo De Amicis o La demme et le pantin de Pierre Louys.
Sin embargo, la representación artística más conocida de Sevilla es el cuadro de Las Cigarreras de Gonzalo Bilbao, realizado en 1915.
Desde Sevilla4Real, estamos muy orgullosos de estas cigarreras. Y tú, ¿qué opinas? ¿Cónocías estos datos?
Las cigarreras de Sevilla
Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.
Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.