Los míticos orígenes de Hispalis
Seguramente muchos de vosotros conocéis de oída esta historia sobre Hércules y Julio César, pero para algunos quedó en el olvido o como un ligero recuerdo, entre la leyenda y la verdad. Pues bien, hoy vamos a dejaros claro el origen, no sólo de Híspalis, sino también de su nombre.
San Isidoro de Sevilla fue quien primero escribió sobre la historia de la fundación y el nombre mítico y primitivo de Sevilla en sus Etimologías en la época visigoda, pero para ser honestos, el argumento que dio en su día ha quedado totalmente desbancado algún tiempo después. Este viene a decir prácticamente que “Híspalis fue nombrada así por estar edificada sobre un suelo lacustre, sobre palos hincados profundamente para que no se hundiera debido al terreno resbaladizo e inestable”.
Tiempo más tarde los propios historiadores y catedráticos de la lengua desestimaron esta idea por la simple razón que la lengua Latina no era todavía conocida por las gentes que venían a poblar aquella pequeña área fangosa. Entonces, ¿de dónde proviene el nombre de Híspalis? Según la tesis más aceptada actualmente, es una latinización del nombre de la ciudad por los Tartessos, “Spal” o “Ispal”, que significa “tierra llana” o “llanura”.
El nombre completo por el que tradicionalmente los historiadores dicen que se conocía a Sevilla de la época romana fue la de COLONIA IULIA ROMULA HISPALIS, que por partes, más o menos, este sería su significado:
COLONIA, porque Sevilla fue la más importante de las colonias al sur de la Península Ibérica.
IULIA, derivado de Julio César.
ROMULA, derivado de Roma.
HISPALIS, “Spal” o “tierra llana”.
Según el profesor Blanco Freijeiro, Sevilla era considerada como una ciudad costera similar a Cádiz o Málaga, perteneciente a la red colonial fenicia. Probablemente tuvo pequeños pueblos asentados en las orillas del río Guadalquivir muchísimos años antes de la época de Julio Cesar. Desde estas orillas la ciudad fue creciendo hacia la colina donde hoy podemos situar la calle Abades, Cuesta del Rosario, y su entorno, por ser el lugar más alto y mejor defendido ante las crecidas del río. La ciudad adaptó el nombre de Hispalis desde el año 206 a.C, y se convirtió en una de las principales colonias del sur de la Península Ibérica. Sevilla fue conquistada por los romanos a los cartagineses durante las Guerras Púnicas. A partir de entonces, este enclave estratégico se utilizó como capital mercantil, mientras que la aristocracia se instaló en la lujosa Itálica, donde nacieron Trajano, Adriano y Teodosio, los emperadores hispanos del Imperio, entre el 53 a.C. y el 347 d.C.
El proceso de riqueza en Híspalis se acelera tras el triunfo de César sobre Pompeyo en la Guerra Civil. Hacia el siglo I a.C. Híspalis se dota de una muralla y logra el título de Colonia Romana Híspalis, a orillas del río Guadalquivir, se puede considerar la capital comercial e industrial de corte hispano-romana. Entre el 68 y el 65 a.C., se erigieron las murallas y sus torreones, sustituyendo a la antigua cartaginesa, época en la que Julio César llega a Híspalis, pero no fue hasta 45 a.C. cuando convierte a los sevillanos en ciudadanos romanos de pleno derecho y su relación con la Colonia se ve nuevamente refrendada.
Por la situación geográfica privilegiada de Híspalis apareció una gran urbe por la gran fertilidad de sus tierras y por estar incluida en las rutas comerciales marítimas. Aunque el momento más importante de Híspalis se ha de situar en el siglo II d. C., pues ésta será el lugar de embarque de las ánforas olearias desde la fundación del Imperio con Augusto. Fue la capital del comercio, no solo de la Bética, sino del Mediterráneo romano del extremo Occidental, gracias a los productos del valle del Guadalquivir.
Colonia Iulia Rómula Híspalis. Para entendernos, una ciudad con nombres y apellidos. Pero a pesar del título, Híspalis le dio la espalda a Julio César. En medio de las luchas por el poder, los hispalenses apoyaron a Pompeyo frente a César. Así que el futuro emperador acabó entrando en la ciudad con la cabeza de Gneo Pompeyo en las manos. Por esta razón, el catedrático de Historia Antigua, Antonio Caballos Rufino en su discurso durante su incorporación oficial como numerario en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, desmitificó la figura de Julio César como benefactor de la ciudad, y que el título de “Iulia” nunca acompañó al nombre de la capital Hispalense. Como siempre, la historia se reescribe, y las teorías y pruebas van desmitificando la malformación de la misma.
¿Y qué hay del fundador mitológico?
En cuanto a la fundación por parte de Hércules hay muchísimas tesis y cronistas que hablan de ello, sin ir más lejos en la Crónica General de España de Alfonso X el Sabio afirma que todos los historiadores están de acuerdo en que Sevilla fue fundada por un navegante fenicio procedente de Tyros, tras haber pasado algún tiempo en Egipto, que cruzó el Mediterráneo, remontó el Guadalquivir y construyó una factoría comercial, a la que nombró como Híspalis. Por supuesto, todo esto no sin antes vencer al rey de los Tartessos, Gerión, un gigante de tres cabezas y dueño de grandes rebaños que pastaban cerca del río, los cuales robó para completar su misión. Por cierto, el hijo que acompañó a Hércules en sus hazañas se llamaba “Hispano”. ¿Curioso, verdad?
Así que con este giro inesperado de la historia, os dejamos con los orígenes míticos de la primitiva Híspalis y algo de información actualizada.
Los míticos orígenes de Hispalis
Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.
Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.