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Hacia una historia de las imágenes: Imágenes de culto y religiosidad en la alta edad moderna

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Para situarnos en el contexto de la España de la Alta Edad Moderna debemos utilizar tres expresiones: clima maravillosista, histeria colectiva y emoción religiosa.

La imagen adquiere la condición de “artefacto retorico” para propugnar los modelos de comportamiento y actuación durante la Reforma Católica. Siendo una fuente documental tan eficaz como las escritas, ambas complementarias para explorar y entender cómo era la sociedad del Antiguo Régimen. Sociedad jerarquica, estamental, desestructurada a la vez, pues no hay relación entre las diferentes partes. La novela picaresca es de este tiempo.

La histeria colectiva ante algo negativo (hambrunas, sequias, epidemias de peste) hace que se acuda a la providencia. En el Barroco español se hereda de la Edad Media el sentido teúrgico como castigo divino de los males que recibimos, entonces la histeria religiosa en momentos de crisis da presuntos prodigios. De verdadera importancia la aparición de la imprenta en su cometido de divulgación de la cultura icónico visual, contribuyendo de manera culminante a la implantación de modelos iconográficos. Papel de las imágenes como entes mixtos en los que se haya el objeto cultural y artístico, a la vez siendo el componente estético, importante por la exaltación y glorificación de lo representado mediante la belleza, capaz de enaltecer el culto público elevando el sentimiento religioso y devoción a los fieles.

La historia social de las imágenes es un ámbito de estudio empeñado en hacer de la imagen no un mero ente artístico aislado, sino parte de la sociedad en la que surge y, en consecuencia, un documento, expresivos de usos y funciones, ya que ninguna obra surge espontáneamente, afloran por las circunstancias sociales, históricas, económicas que rigen los distintos ámbitos de la vida en los que se dan las relaciones humanas.

Peter Burke, historiador y académico británico plantea que lo social hay que incluirlo en lo cultural, pues la cultura es el marco superior de la sociedad. Prestando atención a todos sus elementos que van desde su creación hasta su recepción. Presupuestos que nos permiten conectar con la estética de la recepción, corriente de la crítica literaria alemana. Trata la estética del efecto receptivo, siendo el tiempo y espacio factores decisivos que determina las diversas maneras de consumir el objeto y la de las construcciones de significados que posibilitan.

El Concilio de Trento impuesto ante la reforma protestante, cobrando la imagen y la religión una enorme y peligrosa potestad, en el conjunto de una sociedad mayoritariamente analfabeta, ya que acaparaba a las masas presas de miserias, entregadas a una religiosidad supersticiosa. Imagen fomentada por la gran crisis de mediados del siglo XIV. Estando más presente que nunca la fugacidad de la vida por la peste y muertes. Ante el miedo e incertidumbre, la Iglesia se limitaba a garantizar la salvación mediante el cumplimiento de una serie de rituales y sumisa aceptación de los dogmas y dictados de su jerarquía.

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Se dieron los dictados sobre las imágenes en la imposición del Concilio de Trento, reacción a la iconoclasia de la reforma protestante. En el Barroco se consideraba que cuanto mayor proliferación de carga decorativa y simbólica, mejor cumplía con la función de ostentación y expresión del mensaje subliminal de la maquina efímera. Imagen sagrada como instrumento esencial de la devoción, siguió controlando a los fieles, católicos o protestantes, hasta los siglos XVI y XVII. Convertidas en amuletos como manifestaciones materiales de la divinidad dotadas de poderes sobrenaturales. Felipe II es el que hizo cumplir la reforma de Trento, se produce un blindaje, un cierre de fronteras, en lo cultural especialmente (mecanismos de control) en el mundo hispánico. Creandose un índice de libros prohibidos y aislamiento cultural, donde la vivemcia de lo religioso marca el día a día, creyendo fervientemente en Cristo, los santos, el culto a la imagenes y a las reliquias. Dentro y fuera del templo (procesiones, etc)

La estética de la recepción, trata sobre las obras como productos creados para el consumo, queriendo desarrollar un significado diferente de las expectativas que tuvieron en origen. La intencionalidad y la expresión en la obra de arte, han sido factores tenidos en cuenta de forma tradicional. El significado de la obra de arte coincidiría con el diseño concebido en la mente del artista, de esta forma, interpretar la obra consistiría en descubrir cuál había sido su intención. Richard Wollheim, filosofo de arte, modernizo dichas reflexiones, matizando que el significado de la obra, descansa en una experiencia inducida en el espectador, debiendo de tener un mínimo de formación y sensibilidad, cosa que no encaja aquí, ya que las poblaciones iletradas acataban tales representaciones como las de pasión y muerte de Cristo, control absoluto por parte de la Iglesia para las reacciones deseadas, como son el arrepentimiento, compasión, miedo y obediencia.

Pensamiento cuestionado y criticado por la estética analítica de mediados del siglo XX, basándose en la idea de que resulta ilógico pensar que pudiera llegar a conocerse la intención última del artista, si el artista no ha dejado signos evidentes en la obra. Lo único lógico sería pensar, que esa pieza u obra posee algunas propiedades reconocibles, que recuerdan a las propiedades que reconocemos en uno mismo.

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Hacia una historia de las imágenes: Imágenes de culto y religiosidad en la alta edad moderna

Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.

Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.