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Las diferentes caras de la leyenda del Rey Don Pedro

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Existe una leyenda muy popular en Sevilla que sin embargo nadie conoce del todo: la leyenda de la cabeza del Rey Don Pedro. Prácticamente todos los sevillanos la conocemos, pero si preguntas por ella nadie sabe bien cómo se desarrolla esta historia. Esto es algo muy curioso, puesto que el hecho de no recordarla bien ha dado como resultado diferentes formas de contar esta leyenda. Pues bien, vamos a conocer no solo la leyenda más completa, sino también las diferentes versiones que se cuentan.

El contexto de esta leyenda se desarrolla en el siglo XIV, cuando reinaba el rey Don Pedro I, llamado el Cruel o el Justiciero, según quienes hablen de él. Para los más humildes del reino sería el justiciero, para la aristocracia y la iglesia, el cruel. Este personaje de la historia de España ha dado mucho de qué hablar. Además no son pocas las leyendas en las que él y su familia son los protagonistas, pues darían argumento más que suficiente para alguna novela.

Según la leyenda principal que vamos a seguir, el alcalde de la ciudad decía que ningún delito cometido en la ciudad quedaba sin castigo, y el rey pretendía desafiarle en este tema, quería comprobarlo por sí mismo. Don Pedro caminaba solo por la ciudad embozado en su capa cuando se encontró con un rival directo: uno de los Guzmanes, hijo del Conde de Niebla, familia que apoyaba a Enrique de Trastámara, hermano bastardo del rey, que quería destronarle.

Un mal encuentro que acabó convirtiéndose en un espontáneo duelo nocturno y que acabó en la muerte del miembro de los Guzmanes. Hubo una testigo que vio entre las cortinas de la ventana lo sucedido: una anciana que se asomó alarmada por el ruido del acero; alumbrándose con un candil pudo distinguir que el asesino era un hombre rubio, que ceceaba al hablar y al que le sonaban las rodillas al andar como si entrechocaran nueces, o sea, el mismísimo rey. Con el tiempo se ha podido demostrar gracias a un estudio médico realizado sobre los restos de Pedro I (enterrado en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla), que debido a una parálisis cerebral infantil, el monarca sufrió un desarrollo físico incompleto en algunas partes del cuerpo: las piernas.

Aquí ya encontramos variaciones en la historia. Estos son por ejemplo el motivo por el cual Pedro I se enzarza en este duelo, dicen que fue también por un lio de faldas que se traían entre manos, nada extraño teniendo en cuenta el carácter de Pedro.

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Por miedo a ser descubierta se retiró rápidamente de la ventana, cayéndosele por descuido el candil, lo que hizo que los guardias la identificasen como la única testigo. Por eso fue llamada a palacio para testificar lo que vio esa noche cuando los Guzmanes aparecieron al día siguiente en la Sala de la Justicia del Alcázar. El rey, para tranquilizarlos, prometió encontrar a ese asesino y además cortaría su cabeza para exponerla a modo de advertencia. La anciana por miedo a represalias no quería testificar. En un momento, el rey llamó a la anciana a su presencia y le dijo al oído «Di a quien viste, dímelo a mí y no te ocurrirá nada; te doy mi palabra». La anciana, ante la promesa del rey se tranquilizó y dijo: “Señor, fue usted el asesino, el sonido de sus rodillas es reconocido en cualquier parte”. Don Pedro asintió sin inmutarse y pidió que la dejasen salir.

En cuanto al descubrimiento de quién fue el asesino, se dice que hubo varias formas de decírselo. Dos de las versionas más populares además de la contada, es que la anciana trajo un espejo frente al trono del rey para que se observase a sí mismo, y la otra es que le pidió asomarse a una ventana en la que podría ver su propio reflejo al fondo de la habitación en un espejo, mucho más discreta que la anterior. También se dice que lo contó sin más frente a todo el mundo que el asunto de poner un busto de una estatua fue algo acordado entre Don Pedro y los hermanastros. Algo bastante difícil de creer teniendo en cuenta las relaciones que tenían entre ellos.

El rey digamos que cumplió a su manera la promesa de cortar la cabeza del asesino. Mandó colocar una caja de madera en el lugar del suceso, en la cual, aseguraba a los ofendidos Guzmanes, se guardaba la cabeza del asesino y ordenó que esta no se abriese hasta el día de su muerte, siendo vigilada día y noche. Al morir Pedro I se abrió la caja y cuál fue la sorpresa de todos al encontrar en ella un busto del monarca. Aún a día de hoy está visible, aunque no es primitivo, y da nombre a la calle Cabeza del rey don Pedro. La calle que está justo frente al busto es la que se supone que vivía la mujer, por eso se llamó Candilejo a esa calle, ambas calles se cortan en la esquina donde ocurrió todo.

Pero el destino es caprichoso y parece dar a cada uno lo suyo; no hay más que fijarse en el curioso final que le esperaba a Pedro I: ocho años más tarde, en marzo de 1.369 partió de Sevilla rumbo a Toledo para acabar con la revuelta. En el campo de Calatrava le esperaba su hermano Enrique. El ejército de Pedro sufre una estrepitosa derrota y se ve obligado a buscar refugio con unos pocos leales en el castillo de Montiel (Ciudad Real), donde queda sitiado por las tropas enemigas durante nueve días. En tan desesperada situación, intenta sobornar a Du Guesclin, hombre de confianza de Enrique, ofreciéndole tierras y riquezas para ponerlo a su favor, y que lo dejase escapar. Este parece aceptar y queda con Pedro en su tienda de campaña, en la cual le esperaba Enrique de Trastámara y en una lucha termina matando a Don Pedro.

Al difunto rey le cortaron la cabeza y la colgaron en la almena del castillo, como si el destino le hubiera obligado al final a cumplir su palabra. Por fin la cabeza del asesino fue cortada y expuesta públicamente.

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Las diferentes caras de la leyenda del Rey Don Pedro

Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.

Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.