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La peste de 1649

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Por suerte se conservan valiosos escritos de siglos anteriores como éste que comentamos ahora: Copiosa relación de lo sucedido en el tiempo que duro la Epidemia en la Grande y Augustísima Ciudad de Sevilla, Año 1649.

El escrito narra con lujo de detalles el episodio vivido en la ciudad durante una epidemia de peste bubónica que comenzó en el levante de la Península Ibérica y poco a poco fue extendiéndose a otras zonas. En Sevilla se calcula, por este testimonio y otros que aún se conservan, que la peste se llevó por delante a casi la mitad de la población.

Si bien resulta algo complicado comprender la narración y escritura de la época, no deja de ser conmovedora en sus 50 páginas. El religioso que las escribe narra en primera persona los acontecimientos que tuvo la desgracia de, sino presenciar, al menos conocer.

Quien lea este documento seguramente llegue a preguntarse si ya en el siglo XVII la población sevillana tenía cierta tendencia a la exageración. Tal es la fama actual que tenemos quienes somos de aquí. Y es que al autor no se le escapan los asuntos más escabrosos de todo cuanto aconteció y a veces resultan difíciles de creer.

Habla de niños que aparecían vivos en sus casas habiéndolos dado el vecindario por muertos ya que sabían que sus padres habían perecido. Incluso llegan a encontrar un bebé vivo agarrado al pecho de su madre fallecida. También menciona a un sevillano que horrorizado al ver cómo transportaban los cadáveres por las calles, se tiró él mismo a un carnero (quemador).

Y éstos son sólo algunos de los numerosos eventos que describe.

Incluso se detiene a elaborar un censo de todos los religiosos y monjas que murieron en cada iglesia, parroquia y convento, incluyendo a quienes se encargaban de velar las instalaciones de la Inquisición. También señala la cantidad de cirujanos, médicos y sangradores que murieron en el Hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas (actualmente este antiguo hospital es el Parlamento de Andalucía). Mientras en los alrededores del Hospital se acumulaban por miles las personas afectadas y los muertos, estos profesionales de la medicina no dejaban de ser sustituidos por otros nuevos, puesto que prácticamente todos murieron.

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Y es que a pesar de los duros y dolorosos momentos vividos, según cuenta el autor de este breve relato, no hubo ciudad donde se mostrara más solidaridad y apoyo mutuo que en Sevilla. Si bien sabemos que muchas personas huyeron de la ciudad, otras tantas decidieron quedarse sabiendo que lo más seguro es que morirían, pero lo harían ayudando a su gente y a su ciudad. Se quedaron a ayudar en todo lo posible personas de todas las clases sociales.

El religioso que narra los acontecimientos no escatima en mencionar uno por uno a todos los nobles y hombres de buenos apellidos que, de un modo u otro, ayudaron a la población sino a sobrevivir, por lo menos a asegurarles compañía en los achaques finales de la enfermedad o un entierro digno. También agradece la labor de religiosos, puesto que no había curas suficientes para asegurar la extremaunción a todos los fieles enfermos, por lo que se pasaban los días corriendo de una casa a otra, de un moribundo a otra, para asegurarles la bendición.

En definitiva, un relato que se puede leer en dos noches, tres a lo sumo, y que te permite imaginar perfectamente uno de los eventos históricos más trágicos de la ciudad. En algún momento puede que incluso llegues a preguntarte si huirías como alma que lleva el diablo, o si serías de quienes se quedan a resistir porque una parte, por mínima que sea, de la ciudad que amas salga adelante.

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La peste de 1649

Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.

Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.