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La leyenda del ladrón, de Juan Gómez Jurado

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Este mes os traemos La Leyenda del Ladrón, de Juan Gómez Jurado. Esta maravillosa novela de aventuras se desarrolla en la Sevilla de finales del siglo XVI, en pleno monopolio de Indias, en el Siglo de Oro de las letras, y por ella veremos desfilar conocidísimos personajes que no desvelaremos (aconsejamos no leer nada más además de esta reseña para no tener ni el más mínimo spoiler) alrededor de nuestros protagonistas Sancho, Josué y Clara, a los que os garantizamos que cogeréis mucho aprecio a lo largo de las páginas y que echaréis de menos cuando se acabe. La novela bebe de tradiciones clásicas y modernas. En primer lugar nos remite a la novela picaresca renacentista, pero sabiamente mezclada con referencias contemporáneas ya clásicas como el Caballero Oscuro o Kill Bill en su trama. Nada de esto es evidente a primera vista pero lo hace sumamente atractivo para lectores modernos. Lo mejor es, sin duda, la fantástica y amplísima ambientación de Sevilla y la época, de la sociedad, de la vida cotidiana, de lugares concretos como la Casa de la Moneda, el antiguo Matadero, la Mancebía , el Arenal y el Malbaratillo, Triana y su puente de Barcas, el Puerto… Hay un tremendo trabajo de documentación aquí, que combinado con el buen hacer narrativo nos transporta a otro tiempo.

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Las entretenidísimas aventuras de Sancho, sumadas al paseo por la Sevilla del seiscientos es irresistible, y la lectura se hace muy muy adictiva; y como atractivo complementario, el libro tiene información extra en códigos QR. Todo un detalle es que nos facilite al final un poco de información sobre la documentación y las licencias históricas que se ha tomado. Ha sido un exitazo y se ha traducido a muchísimos idiomas, si os unís a la legión de admiradores de Sancho de Écija, esperaréis como nosotros, una segunda entrega de sus aventuras.

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La leyenda del ladrón, de Juan Gómez Jurado

Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.

Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.