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Agua de Sevilla

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El agua, uno de los elementos más importantes para la supervivencia de un ecosistema y los seres que habitan en él.

En el caso de Sevilla, el agua ha llegado a influir en el curso de su historia, incluso a modelar su destino. ¿Cómo es eso posible? Pues bien, hagamos un viaje en el tiempo hasta hace más de 4000 años.

Alrededor del 2500 AC, la cultura fenicia procedente de Siria y Líbano, surcaban el Mar Mediterráneo a sus anchas, sin embargo, no se atrevían a cruzar el estrecho de Gibraltar porque pensaban que el Océano Atlántico no existía y que, si cruzaban el Estrecho de Gibraltar, morirían.

Pues Melkart, un bravo navegante fenicio, fue el primero en cruzarlo, fundó la ciudad de Gádir (Cádiz) y subió por el curso del río Guadalquivir, al cual los fenicios denominaron Tartessos. Y en un lugar similar a un delta, situó una pequeña población para crear una factoría comercial: Ispal.

Ispal significa “ciudad construida sobre palos”. Eso quiere decir que Sevilla en época fenicia era como la Venecia andaluza. Esto tenía sus pros y sus contras, ya que la forma de vida asentada era básica para la explotación de los bienes que los fenicios usaban para el comercio, siendo plata y oro uno de los más destacados.

Por lo tanto, podemos llegar a la conclusión, que con los fenicios Sevilla no era más que un puesto portuario. Tuvimos que esperar a los romanos para que finalmente alcanzásemos el estatus de ciudad.

En el 206 AC, Sevilla se transforma por completo. Sus nuevos dueños, los romanos, la denominan Hispalis y ven en ella su potencial, ya que el río dificultaba una forma de vida cómoda pero, a su vez, producía una situación militar estratégicamente perfecta.

Es así como con los romanos, que se quedaron hasta el siglo V, se empieza a modificar y moldear el cauce del río. En lugar de ser una zona totalmente inundable, ya se había limitado a tres brazos de agua los que atravesaban la ciudad de Sevilla en distintos puntos como Alameda de Hércules o Calle Sierpes.

Los romanos llamaban al río Betis o Baetis.

Entre el S.VI y hasta principios del S.VIII los Visigodos se asentaron en Sevilla, pero en su caso, estaban tan ocupados disfrutando de la caída del Imperio Romano y de luchar entre ellos que su influencia en la ciudad fue escasa.

En el año 711 llegan los musulmanes y se asientan en esta ciudad a la que denominan Isbilya hasta 1248, cuando Fernando III de Castilla reconquista tres de los 4 grandes reinos musulmanes de Al-Andalus.

Los musulmanes bautizan el río ‘Al-wadi al-kivir’, de donde recibe su nombre actual Guadalquivir. En esta época, los musulmanes tratan de fortalecer las murallas que habían construido sus antecesores romanos. Pero para ello, tenían que luchar constantemente con el creciente flujo de uno de los brazos del río: el Targarete.

En etapa cristiana, después del hallazgo de Cristóbal Colón en 1492, el Río Guadalquivir nos trajo con el la etapa más dulce y gloriosa de la historia de Sevilla.

Los Reyes Católicos establecen el puerto principal en Sevilla, añadiendo a los Reales Alcázares la Casa de la Contratación.

En la Casa de la Contratación era donde todo aquel que deseara viajar al nuevo mundo, debería viajar a Sevilla e inscribirse en el registro y pagar las tasas correspondientes. Y en el puerto de la ciudad, es donde arribaban todos los nuevos productos traídos de las américas: patatas, tomates, hojas de tabaco, chocolate…

Gracias al río, Sevilla se convirtió en la Capital del Mundo.

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Pero también nos trajo la desgracia. Cuando los barcos empiezan a ser más grandes, y el nivel del río empieza a bajar, esto provoca que no sea lo suficientemente navegable como para acceder al puerto de la ciudad. Por ello, el puerto central de las américas se trasladó a Cádiz, una ciudad de costa que permitiría tener un acceso rápido.

Es en esta época donde empieza una larga crisis económica, unida a una oscura y temible presencia en el Reino que los Reyes Católicos habían formado: la Inquisición.

A pesar del desuso comercial, a lo largo de los siglos, el río siguió provocando grandes y graves inundaciones. En el S.XIX se destruyen parte de las murallas que rodeaban a la ciudad y se cubre uno de los afluentes más problemáticos, con el mismo que luchaban los musulmanes, el Targarete.

En el S.XX durante el reinado de Alfonso XIII, el principal impulsor de la gran Exposición Iberoamericana de 1929, se ponen en marcha acciones más incisivas para controlar el flujo del río y hacerlo más funcional.

Con canales como el de Alfonso XIII, se cortan algunos ramales del río, haciendo que el caudal principal del río lleve más agua y sea más navegable.

Y, finalmente, para la exposición de 1992, se realiza la última y más actual modificación del río. Siendo el río original el brazo que pasa por detrás del Barrio de Triana, antes de subir al Aljarafe y lo que vemos que pasa por la ciudad y le otorga esa estética tan particular, es una dársena.

Gracias a ello, en el caso de grandes lluvias, el flujo del río estaría controlado y no se producirían inundaciones como se han ido produciendo a lo largo de los siglos.

Este detalle se puede apreciar en la Torre del Oro, esa magnífica estructura que ha estado guardando el puerto sevillano desde la época musulmana. En su fachada, se aprecian muescas e inscripciones que especifican hasta donde alcanzaron las subidas del río y las fechas en las que se produjeron.

Gracias a ello, en el caso de grandes lluvias, el flujo del río estaría controlado y no se producirían inundaciones como se han ido produciendo a lo largo de los siglos.

Este detalle se puede apreciar en la Torre del Oro, esa magnífica estructura que ha estado guardando el puerto sevillano desde la época musulmana. En su fachada, se aprecian muescas e inscripciones que especifican hasta donde alcanzaron las subidas del río y las fechas en las que se produjeron.

Tartessos, Baetis, Al-wadi al-kivir, Guadalquivir… con la evolución de su nombre, el río trajo la vida a la ciudad de Sevilla: fenicios, romanos, visigodos, musulmanes y cristianos. El agua de Sevilla ha dado lugar a nuestra forma de vida y nuestra cultura.

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Agua de Sevilla

Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.

Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.