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Diego Rodríguez de Silva y Velázquez

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Tal día como hoy (6 de junio) del año de 1599 nacía Diego Rodríguez de Silva y Velázquez en la Collación de San Pedro y murió en Madrid el 6 de agosto de 1660.

Hoy queremos acercarnos al más grande genio de la pintura, como lo calificó Manet, y resulta difícil hacer un breve esbozo de su vida y obra, es tan enorme su dimensión. Velázquez lo cambiará todo, su influencia en la historia de la pintura es incalculable, el testimonio gráfico que nos deja sobre la vida en el siglo XVII, las personas de la época, las ideas e inquietudes, es digno de nuestra total admiración. Como retratista no tiene igual, y el catálogo es tan grande que no sabemos elegir; nos maravilla el del Papa Inocencio X, el de Góngora, el de Juan Pareja, el de Pablo de Valladolid o Don Sebastián de Mora, el de los pequeños infantes, pero también los de los mendigos, las gentes humildes, ese borracho sonriente que nos mira a los ojos desde la vera de Baco, La Virgen triunfante siendo coronada… El abanico de sus temas es enorme y la visión de su obra es inagotable.

Siendo ya un niño era evidente su talento y muy joven entra como aprendiz en el taller de Francisco Pacheco que se convertirá en su suegro. Pacheco tenía una enorme cultura (es autor del tratado El Arte de la Pintura) y supo transmitir a su joven aprendiz las técnicas de los grandes renacentistas italianos. Su maestría hará que acceda a la corte aún en plena juventud. En Madrid va a admirar la pintura de las colecciones reales y también viajará a Italia a estudiar las obras de los maestros Italianos. Velázquez aprende, absorbe, asimila, pero su estilo es tan personal, tiene tantísimo talento, que nunca imita. La iluminación, las atmósferas, los paisajes o las naturalezas muertas y bodegones, siendo elementos secundarios, están tratados de forma tan perfecta, o innovadora que merecen toda nuestra atención. Velázquez es una figura esencial para que la pintura dejara de ser una artesanía y pasara a ser considerada un noble arte. El mejor homenaje que le hacemos es admirar su obra una y otra vez.

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Diego Rodríguez de Silva y Velázquez

Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.

Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.